Manet se inspiraba en los objetos más ordinarios a los que dotaba de una presencia carnal. Algunas de estas pequeñas pinturas íntimas fueron originalmente pintadas para un amigo o una mujer amada. Los ramos resultantes, flores de jardín recién cortadas y puestas en un jarrón de cristal, dan testimonio de su inmensa sed de vida. Manet le otorgó una gran importancia a la naturaleza muerta, la cual consideraba que era la "piedra de toque de un pintor". Cansado de pinturas históricas, y de las "pretenciosas producciones" que eclipsaban la producción artística contemporánea, confesó: "Un pintor puede decir todo lo que quiera con frutas o flores, o incluso nubes. Me gustaría ser el San Francisco de la naturaleza muerta."




Flores en un jarrón de crisal
óleo sobre lienzo •