Templo de Artemisa by Philip Galle & Maarten van Heemskerck - 1572 Colección privada Templo de Artemisa by Philip Galle & Maarten van Heemskerck - 1572 Colección privada

Templo de Artemisa

grabado •
  • Philip Galle & Maarten van Heemskerck - 1537 - Marzo 1612 Philip Galle & Maarten van Heemskerck 1572

Evocamos la historia como una memoria que no hemos vivido y podemos visualizarla a través de la lente del arte, ya sea por ruinas antiguas que nos ayuda a imaginar construcciones del pasado y ciudades perdidas, por runas bellamente esculpidas que componen sonidos olvidados de épocas pasadas o por pinturas e historias de los viejos maestros. La memoria apenas si es un mensaje que se ha dejado tiempo atrás; rara vez perdura lo que no llegó a decirse.

Las civilizaciones emprenden esfuerzos colosales para traspasar la barrera del tiempo. Miles de personas a lo largo de muchas generaciones vivieron para erigir monumentos inolvidables. Hoy las pirámides en Egipto todavía nos transportan a la cultura y las personas que las construyeron hace más de 4500 años. Son la única joya que perdura del mundo antiguo, la última de las siete maravillas.

Maarten van Heemskerck fue un artista que diseñó y construyó una serie de estudios de las antiguas maravillas del mundo, el mejor ejemplo de la memoria eterna. Aunque suelen ser siete, Maarten añadió las ruinas del Coliseo al grupo. La obra de hoy, Templo de Artemisa, fue grabado por Philip Galle basado en el diseño de Heemskerck.

Esos monumentos fueron construidos para trasmitir la historia de una civilización, aunque la destrucción también trasmite sus propias historias. Tan importante es la destrucción para la historia que tiene nombre propio, damnatio memoriae: como la memoria es un mensaje del pasado, quienes controlan el mensaje controlan el pasado. Es un intento de manipular la memoria cambiando el pasado, borrando o modificando sus restos y ha sido usado ampliamente por los regímenes totalitarios, tanto el nazi como el soviético. Es una práctica tan vieja como el tiempo.

Hace tiempo el nombre de Eróstrato fue prohibido y borrado de toda literatura e historia. Estaba destinado a quedar en el olvido como castigo por el peor de los crímenes antiguos: destruir una antigua maravilla. Quemó el templo de Artemisa, un monumento que necesitó de generaciones para ser erigido y que asombraría a las generaciones futuras.

En su cuento Los Destructores, Graham Greene nos cuenta como T. (Trevor), fascinado con una casa que sobrevivió al bombardeo de la Segunda Guerra Mundial en Londres, hace que su banda la destruya. Estaba convencido de que la destrucción era, después de todo, una forma de creación. ¿Será cierto? Quizá la verdad más grande de todas es que no es la entropía lo único constante, sino el cambio: malditos y benditos son aquellos que lo traen.

Artur Deus Dionisio