Continuamos nuestra colaboración con el Mauritshuis en La Haya, gracias a él podemos publicar los domingos obras maestras de su colección. ¡Qué lo disfrutéis!
Lo que hace que esta pintura sea tan especial es el hecho de que Potter pintó un tema tan cotidiano, un toro en una pradera, en un formato de gran tamaño y prestando mucha atención a los detalles. Desde las moscas volando sobre el lomo del toro hasta la rana en primer plano. Potter colocó al toro prominentemente en el centro de la pintura retratándolo levemente desde un ángulo inferior, para que se irguiera sobre la línea del horizonte. Es verano. Una alondra surca el cielo y el sol brilla, pero a la derecha una tormenta comienza a formarse arrojando una sombra oscura sobre el campo soleado. Al horizonte se divisa la iglesia de Rijswijk, ubicando la escena en las afueras de La Haya, donde vivía Potter en el momento de realizar esta pintura.
Los espectadores tradicionalmente asumieron que Potter (1625–1654) retrató un toro real, pero no podían estar más lejos de la realidad. Especialistas en ganado han observado que los cuernos del toro son de un animal de unos dos años de edad, pero la dentadura de uno de 4 o 5 años. Más aún, los hombros pertenecen a un toro adulto pero los cuartos traseros son de un animal joven. La pose tampoco es correcta: los hombros y los cuartos traseros son retratados en un leve ángulo, mientras que la sección del medio está recta. Un toro real nunca tendría esa pose.
Aparentemente Potter utilizó estudios preparatorios de varios toros de diferentes edades. Al seleccionar sus mejores estudios, intentó retratar al toro de la manera más convincente posible: ni muy pequeño ni muy grande; fuerte pero estilizado. Potter solo tenía veintidós años cuando pintó El toro. Sus pinturas de vacas y ovejas eran en general de menor tamaño, así que es posible que El toro fuera un encargo, aunque el cliente y su destino son desconocidos. Siete años después de pintar El toro, Potter murió por “pintar demasiado”, según su familia.
Es una de mis pinturas preferidas del Mauritshuis, ¡perfecta para una selfie!