La pintura del mar era un tema muy inusual para Pierre-Auguste Renoir. El artista lo pintó durante su estancia en el hogar de Paul Berard, diplomático y banquero y devoto mecenas, que conoció en 1878 en Wargemont, en la costa de Normandía. En esta obra, Renoir representó un lugar que no se había visto afectado por la urbanización o la modernización. Más que pintar la naturaleza como una fuerza elemental indomable, no obstante, el artista pintó su ola delicadamente con violetas azulados que transforman la obra en una pintura que refleja un estado de ánimo, cuyo efecto es más decorativo que premonitorio, más melancólico que tormentoso. Su naturaleza ha sido domada y poetizada por el temperamento y la ligereza característica del tacto de Renoir.
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