La obra que presentamos hoy es un claro ejemplo de impresionismo que exhibe la belleza natural de las montañas francesas. La pintura muestra una figura solitaria que camina por una estrecha senda de montaña bajo un sol resplandeciente. El empleo de colores llamativos otorga al paisaje un efecto deslumbrante que impregna el lienzo de vida y movimiento.
En la época de Monet, La Corniche era solo un angosto y sinuoso sendero a través de las montañas; hoy es la carretera principal entre Niza y Mónaco. La escena capta un instante en que el sol está alto en el cielo y la sombra del caminante es mínima. Las tonalidades de la paleta de Monet—rojos, verdes, azules—son brillantes, y todo está bañado por la luz del sol, creando así un efecto fulgurante.
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