Paul Gauguin viajó a Tahití en 1891 buscando motivos exóticos y escapando de lo que él consideraba la decadencia artificial y espiritual de la civilización europea. Una de sus primeras pinturas de los mares del sur sin duda tiene el sello de su característico estilo postimpresionista. En esta obra, Gauguin emplea contornos sinuosos y colores intensos para transmitir la alegría y la paz que le inspiraba este exuberante escenario tropical. Tahití sería su hogar durante los últimos doce años de su vida. Gauguin dijo una vez que sus pinturas tahitianas pretendían "mostrar una naturaleza privilegiada e indómita, un sol tropical que iluminaba todo lo que había a su alrededor... en definitiva, la grandeza, la profundidad y el misterio de Tahití que podía contener un lienzo de un metro cuadrado".
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