En la pintura histórica del siglo XIX, las obras de Jan Matejko se convirtieron en las más renombradas del arte polaco. A lo largo de su carrera, Matejko buscó cumplir lo que consideraba la misión patriótica del arte en una nación privada de soberanía política. Su pintura Stanczyk, que muestra al bufón de la corte sumido en pensamientos sobre el destino de su patria, sentado solo en la tenue luz de una cámara del castillo, es considerada una obra clave que marca el inicio de su período de madurez. Muchos estudiosos la consideran el manifiesto artístico del joven pintor.
La escena a la que hace referencia el título original de Matejko, Stanczyk el bufón, tras recibir la noticia de la captura de Smolensk por los moscovitas durante un baile en la corte de la reina Bona, 1533, no está documentada históricamente. Sin embargo, la verdadera fuerza de Stanczyk no radica en su precisión histórica, sino en su profundo simbolismo. El bufón de la corte Stanczyk (c. 1480–1560), que sirvió a tres monarcas jagellones consecutivos, era una de las figuras históricas favoritas de Matejko y aparecía con frecuencia en sus composiciones patrióticas. Mientras el baile real continúa en medio de la celebración, solo Stanczyk prevé las nefastas consecuencias de la pérdida de Smolensk—una fortaleza estratégica en el este del Gran Ducado de Lituania—ante Rusia. El cometa ominoso visible cerca de la torre de la catedral de Wawel actúa como una metáfora visual del desastre inminente. Al representar a Stanczyk como una figura solitaria y ascética—un pensador trágico en lugar de un simple bufón—Matejko lo eleva al estatus de héroe nacional, transformándolo en un símbolo de conciencia cívica, perspicacia política y profunda preocupación por el destino de Polonia.
En un gesto artístico personal, Matejko otorgó a Stanczyk sus propios rasgos faciales, impregnándolo con sus pensamientos y emociones, moldeados por el fervor patriótico que envolvía a Polonia en los años previos al Levantamiento de Enero de 1863. En ese momento, Polonia no existía como un país independiente; había sido dividida y repartida entre el Imperio Ruso, Austria-Hungría y Prusia. A través de esta autoidentificación simbólica, Matejko definió su papel como pintor de la historia nacional: un visionario capaz de interpretar los acontecimientos del pasado con una profundidad excepcional, extrayendo lecciones para una nación que, en su época, había sido borrada del mapa de Europa.